Con certeza podríamos afirmar que no es común en las sociedades de animales humanos que en su legislación y en sus políticas públicas en general, desarrollen proyectos y consecuentemente se genere una legislación en torno a los animales no humanos.
Sin duda vivimos tiempos de cambios y dentro de ellos y agradecidos que ocurra, una creciente sensibilización por la situación de nuestros semejantes. A pesar que el ambiente en torno a esta situación manifiesta un desorden apreciable, debido básicamente a las diferentes visiones y particularmente acerca de la insana discriminación entre las denominadas “mascotas” y el resto de los habitantes de la naturaleza.
Recientemente en Chile se aprobó, por presión de los activistas bienestaristas, una legislación destinada a cosificar y eufemísticamente proteger a básicamente perros y gatos, los cuales se supone, por su cercanía a los humanos se les beneficia como a los esclavos que vivían en la casa de los patrones.
Un proceso criticable desde todo punto de vista por su marcado carácter especista y consecuentemente discriminador, pero aún mucho más criticable por el hecho de manifestarse como una fórmula que cosifica a seres dotados de consciousness, empatía, neuroafectividad y una notable inteligencia entre otras características. Los perros y gatos chilenos quedan protegidos por ley, pero que no quepa duda que son cosas, inscritas, “chipeadas” y esterilizadas.
Los bienestaristas tienen esa característica, a los animales no humanos se les puede querer, pero que siguen siendo cosas, lo siguen siendo. Peter Singer, afirma que la principal cuestión es que ellos sienten dolor y eso es lo que hay que evitar, sin embargo hace caso omiso de los estudios en neurociencia que demuestran sin lugar a dudas que tanto “mascotas” como “los otros” tienen expresiones emocionales semejantes a las de los humanos.
Así todo, aún cuando solo sintieran dolor, el derecho a la vida es inherente y cada ser la valora, a pesar que nadie más lo haga. En consecuencia nuestra obligación es respetar “todas las vidas” y no “proteger” a unas y asesinar a las otras. Una ley que nace frustrada por su enorme contradicción.
La ley en comento nada dice de los animales no humanos silvestres, ferales y muchísimo menos de aquellos denominados de “granja”, aquellos que siempre llevan la peor parte en el respeto a su mínimo derecho a vivir. Extenderse aquí acerca de la miseria que llevan por el hecho de ser parte del proceso productivo que alimenta hordas de humanos autodenominados parte de la cultura “carnista”, que no es más que una adicción del cerebro de los humanos por alimentarse de cadáveres, no tiene mucho sentido, habida cuenta que todos nosotros estamos bien informados de esta realidad.
Algunos las vemos y sentimos, mientras que otros prefieren no hacer cuestión que aquello que los divierte comer, es producto de un campo de concentración, donde la miseria, el sadismo, la carencia de empatía y compasión, se disimulan con el uso de las vidas como insumo y consecuentemente sus horribles sufrimientos no tienen trascendencia, toda vez que su vida y muerte sirven para decorar un almuerzo, celebración o cualquier actividad humana.
Tampoco se incluyen aquellos que son “destinados” al trabajo y al deporte como la miserable actividad de las carreras de caballos, de perros, el agility, rodeo, polo, los “adiestrados” para ser parte de lamentables espectáculos como aquellos que ocurren en los circos, delfinarios o eventos de “demostración” de habilidades, obligados a llevar una vida de encierro y explotación cuyo propósito es “entretener” a los humanos, a quienes divierten sus estúpidas piruetas. Cosas del antropocentrismo.
Son millones de seres olvidados en un mundo de humanos, los caballos que tiran las carrozas en los balnearios, como la inaceptable explotación que sufren en la ciudad de Viña del Mar a los cuales sarcásticamente se les muestra en la publicidad como parte de los atractivos turísticos de la ciudad.
Quizás muchos humanos no noten este “detalle”, a su alrededor hay un mundo de miseria y sometimiento que sostiene su “estilo de vida” y sobre lo cual no tienen la sensibilidad de observar. El mínimo respeto a sus vidas es ignorado, en forma semejante como lo fue en su momento el racismo y la esclavitud.
Sin duda alguna es el tiempo de incentivar la sensibilización acerca de la situación de nuestros semejantes y comenzar a desarrollar políticas públicas que eliciten la integración interespecífica. El desarrollo de la sociedad tiene como base el respeto por la vida y las necesidades de sus miembros.
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